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martes, 29 de enero de 2013

En lugares remotos también está Dios

Vengo llegando de mis sencillas vacaciones de cada año. En el lugar en que las tomo las personas no viven las exigencias de su fe católica en la forma óptima, pero aún tienen un fondo de piedad que los puede salvar del olvido total de su bautismo y sus consecuencias.

¿Qué se puede hacer apostólicamente ahí, me pregunto? A veces me desanimo, pero siempre trato de mirar lo positivo y hacer algo, aunque parezca mínimo, porque no se puede estar de vacaciones y no dejar una pequeña huella que Dios hará profundizar en algunos casos por caminos que sólo Él conoce, porque tengo alguna experiencia de que donde menos se esperaba dejar una semillita de fe han salido frutos sabrosos.

Para empezar, tengo muletillas descaradas en que, a propósito de lo que sea, hablo de Dios ésto o Dios lo otro, de que voy a misa de tal hora al pueblo que queda a tal distancia. Ofrezco llevar y traer personas, por si alguien quisiera, y como sé que no querrán, al menos se enteran. También dejo y reparto estampas de san Josemaría Escrivá y la Hoja Informativa.

No sólo hay algunas cosas que hacer con las personas corrientes, sino que sé que para el sacerdote a cargo de la parroquia es un consuelo que se haga el esfuerzo de ir a misa desde una distancia considerable, y animar a un cura solo, aislado y que ve tan árido su ministerio no es poca cosa. 

Para terminar, creo que debe ser algo hermoso para el Señor que ahí haya un alma que se esfuerza por recordarlo en la oración de cada mañana y cada atardecer. Eso me alegra.

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